Pater Historiae es cómo Cicerón definió a este viajero que puso por escrito todos los conocimientos que logró recabar en sus viajes acerca de los pueblos que habitaban y habían habitado el mundo conocido para que no “llegara a desvanecerse con el tiempo su memoria”. Su libro segundo, Euterpe, trata acerca de Egipto y es dónde se encuentra relatado la anécdota que era mi propósito haceos llegar. Utilizó como fuente para sus narraciones de Egipto a los sacerdotes de los templos, que son los que guardaban los archivos con los papiros que contaban su fastuoso pasado. En este caso, nos comenta, fue en la ciudad de Menfis donde escuchó directamente por boca de los sacerdotes de Hefesto esta historia.
Psamético I fue el fundador y primer faraón Saita (XXVI dinastía) que reinó Egipto entre el 664 – 610 ANE. Consiguió la independencia respecto del Imperio asirio y su pueblo conoció la prosperidad durante su largo reinado. Los tiempos de paz llevaron al faraón a darle más esplendor y pedigrí a su pueblo… creyendo que su pueblo era el más antiguo del mundo, quiso demostrarlo empíricamente. Para ello, preparó un experimento que demostraría cuál fue la primera lengua y, por tanto, el primer pueblo en habitar el mundo. Por otro lado, cabe decir que los frigios fueron los habitantes de la zona central de la península de Anatolia y su rey más famoso fue Midas (740-696 ANE), durante cuyo reinado el reino alcanzó su máximo esplendor.
Los egipcios vivieron en la presunción de haber sido los primeros habitantes del mundo, hasta el reinado de Psamético. Desde entonces, cediendo este honor a los frigios, se quedaron ellos en su concepto con el de segundos. Porque queriendo aquel rey averiguar cuál de las naciones había sido realmente la más antigua, y no hallando medio ni camino para la investigación de tal secreto, echó mano finalmente de original invención. Tomó dos niños recién nacidos de padres humildes y vulgares, y los entregó a un pastor para que allá entre sus apriscos los fuese criando de un modo desusado, mandándole que los pusiera en una solitaria cabaña, sin que nadie delante de ellos pronunciara palabra alguna, y que a las horas convenientes les llevase unas cabras con cuya leche se alimentaran y nutrieran, dejándolos en lo demás a su cuidado y discreción. Estas órdenes y precauciones las encaminaba Psamético al objeto de poder notar y observar la primera palabra en que los dos niños al cabo prorrumpiesen, al cesar en su llanto e inarticulados gemidos. En efecto, correspondió el éxito a lo que se esperaba. Transcurridos ya dos años en expectación de que se declarase la experiencia, un día, al abrir la puerta, apenas el pastor había entrado en la choza, se dejaron caer sobre él los dos niños, y alargándole sus manos, pronunciaron la palabra becos. Poco o ningún caso hizo por la primera vez el pastor de aquel vocablo; mas observando que repetidas veces, al irlos a ver y cuidar, otra voz que becos no se les oía, resolvió dar aviso de lo que pasaba a su amo y señor, por cuya orden, juntamente con los niños, pareció a su presencia. El mismo Psamético, que aquella palabra les oyó, quiso indagar a qué idioma perteneciera y cuál fuese su significado, y halló por fin que con este vocablo se designaba el pan entre los frigios. En fuerza de tal experiencia cedieron los egipcios de su pretensión de anteponerse a los frigios en punto de antigüedad.
HERODOTO, “Los nueve libros de la historia” (II, 2)