Parece ser que la navegación a gran escala empezó en Egipto, hace más de 6.000 años, por el río Nilo. En algunas pirámides, se han encontrado enterrados, junto con los tesoros de los faraones, barcas enteras desmontadas para que pudieran navegar hasta el más Allá. Gracias a esos descubrimientos se ha podido saber cómo eran esas embarcaciones, las más antiguas del mundo de las que se tiene constancia.
Los modelos más primitivos estaban hechos de papiro, por lo que no podían permanecer prolongado tiempo en el agua, ya que el papiro la iba absorbiendo y el bote terminaba por hundirse. Muchos investigadores creen que se trataba de embarcaciones de exclusivo uso ceremonial. La técnica consistía en preparar haces de juncos para después, entrelazados, construir el buque de la embarcación. Eran embarcaciones con remos y una vela cuadrada, envergada en un palo doble, que sólo les permitía navegar a favor del viento. Hasta la aparición de la vela latina -triangular que se enverga en una antena- no se pudo navegar en cualquier dirección, independientemente del viento.
Después de cuatro siglos de navegación exclusivamente fluvial, los faraones emprendieron el salto a la navegación marítima cuando fue necesario competir comercialmente con los fenicios, de los que tenían conocimiento de su existencia desde el inicio del Imperio Antiguo, hacia 2680 ANE. De hecho las innovaciones que aprendieron de este pueblo supusieron un antes y un después en la relación de Egipto con el mar.
Los fenicios fueron los que establecieron el primer contacto al realizar varios viajes a las costas de la desembocadura del Nilo (distante unas 250 millas náuticas de la costa central fenicia) durante los primeros cinco siglos del Imperio Antiguo. Gracias al contacto con los fenicios, los egipcios supieron de la existencia de otros de otros pueblos al norte y al este, con los que establecer relaciones diplomáticas y/o comerciales. Biblos, situada en la costa del actual Líbano, capital comercial de los fenicios y uno de sus puertos más importantes enseguida pasó a convertirse en ciudad “aliada”. En realidad, la relación entre egipto y fenicios fue irregular y se alternaron periodos de intenso intercambio comercial con otros de clara competencia.
Sahure -segundo regente de la V dinastía- fue el primero de los faraones en interesarse que Egipto contase con una flota propia. Cuando ascendió al trono los maestros de ribera egipcios habían comenzado a probar en el mar las embarcaciones de madera de sicomoro y de acacia. El principal problema de estas naves, que se propulsaban de forma mixta a remo y a vela, era que no disponían de esqueleto “quilla y cuadernas”, por lo que provocaban serios problemas a la hora de conseguir una adecuada rigidez longitudinal que les permitiera resistir los fuertes embates del oleaje. Los carpinteros egipcios idearon un sistema a base de ligazones transversales y un cabo longitudinal dispuesto de proa a popa, que hacía de quilla invertida y que se tensaba con un tortor que daba vueltas a los cordones. Este sistema fue muy eficaz para aportar rigidez al casco, y permitió que el faraón Sahure se planteara, hacia el año 2480 ANE, preparar la que sería la primera expedición naval militar de la historia conocida. Para ello, dispuso a sus mejores carpinteros de ribera para que construyeran ocho naves capaces de navegar hasta los puertos fenicios. Para este primer contingente de naves egipcias se usaron las mejores maderas de acacia y sicomoro que se pudieron encontrar en todo Egipto. Fueron las primeras provistas de una cubierta adaptada para la navegación marítima, de forma que ofrecía protección a los tripulantes contra las embestidas del oleaje. Disponían del clásico tortor, que garantizaba el mantenimiento del quebranto dentro de unos límites de seguridad razonables, e iban impulsados por 14 remeros. No está clara la intención de Sahure, pero la opinión más aceptada por los historiadores es que ordenó que su escuadra atacara en las costas de Siria a los ricos mercaderes fenicios, quienes por entonces todavía no se habían aventurado a surcar las aguas del Mediterráneo occidental y se dedicaban exclusivamente a la navegación de cabotaje. La expedición fue un éxito: los ocho barcos egipcios avanzaron costeando y regresaron con numerosos prisioneros y un importante botín. La expedición de Sahure impresionó a los pueblos fenicios, y fue un revulsivo para que este pueblo de comerciantes decidiera abrirse al Mediterráneo a lo largo de los siglos siguientes.
Sahure ordenó la fabricación de muchos más barcos, pero a partir de entonces la madera empleada sería el cedro importado de Canaán por sus idóneas características para la construcción de navíos. Habia nacido la Marina rgipcia, que fue desarrollándose progresivamente hasta 1500 ANE. Durante aquella extensa época, las relaciones entre los pueblos egipcio y fenicio fueron muy fructíferas para ambos. No es de extrañar que a finales del siglo XV ANE aparecieran naves mercantes tripuladas por fenicios representadas en muchos frescos de las tumbas egipcias.
Los egipcios utilizaban la navegación de cabotaje, es decir, costeando de puerto en puerto pese a que sus embarcaciones ya contaban con grandes velas cuadradas además de propulsión por remos. Esta técnica fue la única utilizada por siglos en el Mediterráneo cuya costa escarpada siempre permitía mantener la visual con tierra firme y los logros en astronomía aún no habían podido ser aplicados a la navegación en forma de instrumentos útiles.
Dos grandes rutas marítimas fueron las que los egipcios utilizaron desde que fueron abiertas:
- Escala del abeto: expediciones que traían resina y madera del Líbano. Su principal destino era Keben (Biblos) por lo que rápidamente los barcos utilizados en el Mediterráneo pasaron a denominarse kebenit.
- Escala del incienso: se traía marfil e incienso del país de Punt.
Los kebenit eran comprados en Biblos o construidos en los astilleros egipcios con madera importada y siguiendo el modelo fenicio: un largo casco curvado con espolón en la proa y una popa elevada, con dos casetas a cada extremo. Una soga pasaba por cuatro apoyos y unía los extremos, y en el centro se instalaba un mástil que portaba una vela rectangular. En popa había dos timones, uno a cada costado. Cuando el viento amainaba, la tripulación tomaba los remos. Además de los marinos, en los barcos viajaban soldados y los siempre presentes escribas, encargados de registrar cualquier aspecto del viaje.
El siguiente hito en la navegación egipcia fue una empresa iniciada por la reina Hatshepsut (al menos, así se nos ha querido legar) que se encuentra perfectamente representada y relatada en los muros de su templo funerario de Deir el Bahri que consagró al dios Amón, Para llevarla a cabo se construyeron barcos adaptados para la navegación del Nilo al mar Rojo, de poco calado para remontar canales de poca profunidad pero lo suficientemente fuertes para navegar en mar abierto. No se sabe a ciencia cierta si los barcos atravesaron el supuesto canal proyectado por Amenemhet I -fundador de la XII dinastía- que unía el Nilo con el mar Rojo o fueron transportados a través del desierto. En los relieves de Deir el Bahri se pueden ver representados estos barcos, de líneas marineras y que mostraban un gran perfeccionamiento de la construcción naval. En el año 1482 ANE, cuando la reina hubo reunido en el mar Rojo un buen número de naves, ordenó que emprendieran una expedición a la lejana tierra de Punt, probablemente la actual Somalia. La expedición fue un éxito y propició la apertura al mar Rojo de los navegantes egipcios; también mejoró sus posibilidades de expansión comercial hacia los lejanos y desconocidos pueblos del este. En los, ya mencionados, relieves pueden verse representadas cinco naves que entran a puerto y cinco que zarpan con un cargamento de maderas, incienso, marfil, ébano, oro, monos y galgos, mercancías que dan una idea del tipo de comercio que se realizaba con aquel reino de Punt.
Especial consideración deben tener otro tipo de embarcaciones también representadas en ese mismo templo de Hatshepsut. Se trata del dibujo de una barcaza de 60 metros de eslora, concebida para transportar obeliscos de granito y grandes piedras. Construidas probablemente de cedro, cada barcaza podía transportar dos obeliscos de 30 metros y de 35 toneladas, y su casco estaba reforzado con tres hileras de baos y tres tortores. Estas representaciones dan una idea de la gran actividad constructora que tuvo lugar durante el primer siglo del Imperio Nuevo, cuando Egipto había llegado a su máximo grado de crecimiento y sus posesiones se extendían hasta Mesopotamia y el actual Sudán.
De hecho, durante el periodo que transcurrió del reinado de Hatshepsut al de Ramsés III la marina egipcia alcanzó su mayor grado de perfeccionamiento. Hecho que no les permitió presentarse con una clara ventaja naval ante las invasiones de los Pueblos del Mar pese a ser la única gran civilización que no sucumbió a su avance. En el gigantesco bajorrelieve del templo de Medinet Habu se muestra la flota egipcia atacando por sorpresa a los invasores, con los marinos llevando instrumentos de abordaje y armas incendiarias para reducir rápidamente la flota enemiga y de ese modo equiparar el combate en tierra firme (pantanosa, cabría decir) dónde los arqueros y la infantería egipcias eran más numerosas y diestras que el ejército invasor.
Podemos deducir, sin temor a equivocarnos, que los carpinteros de ribera egipcios habían perfeccionado de forma notable su artesanía naval gracias a los conocimientos de los constructores fenicios que, a su vez, habían asimilado muchas de las características de naves de pueblos navegantes mediterráneos como los minoicos y muchos de los que formaban parte del grupo conocido como Pueblos del Mar. Las cubiertas de sus naves eran plataformas diseñadas para el combate barco contra barco: tenían el casco bajo y alargado y disponían de una falca para proteger a los remeros. La flota de Ramsés III estaba compuesta por barcos de combate de un tipo significativamente más evolucionado que los que realizaron la expedición a Punt unos tres siglos atrás.
Si bien no podemos hablar de que la cultura egipcia fuera cuna de navegantes si que impulsó la navegación al integrarla y priorizarla como uno de sus principales intereses para lograr sus objetivos. Para ello bebió y aprendió de los pueblos navegantes del Mediterráneo cuyo legado no has llegado más fragmentado y difuso pero que podemos rastrear en la infinidad de representaciones de las que disponemos en templos y tumbas egipcias.
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