Desde mediados del siglo VII ANE los navegantes griegos mantuvieron contactos regulares con Egipto, restableciendo unas relaciones comerciales que ya habían existido anteriormente, en la época micénica, y se habían interrumpido a principios de la Edad de Hierro.
Psamético I, primer faraón de la XXVI Dinastía, fue el monarca que propició tales contactos al reclutar un contingente de mercenarios helénicos procedentes de las ciudades jonias de Asia Menor. Estos mercenarios establecieron sus campamentos en la región del delta del Nilo y unos años después un grupo de colonos llegados desde Mileto fundaron la ciudad de Naucratis, cerca de la desembocadura occidental del río. La colonia griega se convirtió muy pronto en un importante enclave comercial, en una época en que se estaban abriendo nuevas rutas de navegación por el Mediterráneo. El faraón Necao, sucesor de Psamético, también sintió la necesidad de ampliar los conocimientos geográficos y organizó entonces un largo viaje de exploración por las costas africanas, el cual fue llevado a cabo por marinos fenicios. Éstos ya poseían sus propios puertos y factorías en Occidente, en colonias tan prósperas como Cartago y Gadir. Los griegos, por su parte, habían fundado Cirene en el litoral de Libia y Masalia en el sudeste de Francia, de modo que a principios del siglo VI ANE algunos navegantes jonios también se encontraban explorando las costas de la Península Ibérica para poder así acceder a las legendarias riquezas del reino de Tartessos, situado en el valle del Guadalquivir y se vieron ante la necesidad de elaborar todo un conjunto de mitos para proteger el nuevo mercado en alza.
Además, como resultado de aquellas navegaciones, los primeros geógrafos griegos llegaron a la conclusión de que el mundo estaba constituido, básicamente, por la tierra conjunta de Europa, Asia y África, la cual estaba completamente rodeada por el Océano, y que el Mediterráneo era solamente un mar interior cuyo límite occidental se encontraba en las Columnas de Hércules. Ésta es la descripción que Platón incluye en el Timeo y añade que la Atlántida se encontraba justamente frente al estrecho que separaba los dos mares.
En ese contexto de grandes descubrimientos geográficos es cuando el famoso legislador ateniense, uno de los siete sabios de Grecia, viajó a la región del delta del Nilo y visitó la ciudad de Sais en el 590 ANE, que entonces era la capital de Egipto. Este viaje se encuadra dentro de su periplo “vacacional” que inició para exiliarse de su ciudad natal, Atenas, con el firme propósito de asegurar que no se modificasen las reformas iniciadas por él. Este hecho fue recogido por el historiador griego Herodoto. Solón no fue el único sabio griego que se trasladó a Egipto para adquirir conocimientos, pues también lo hizo el filósofo y astrónomo Tales de Mileto, contemporáneo suyo, y el propio Platón con posterioridad.
En el diálogo sobre la naturaleza, también conocido como Timeo, y en el diálogo sobre la Atlántida, titulado Critias, Platón presenta la Atlántida como tema central de una conversación, real o ficticia, entre el filósofo Sócrates y otros tres ilustres personajes llamados Timeo, Hermócrates y Critias. Este último era tío del propio Platón, y a fines del siglo V ANE formó parte del gobierno de los Treinta Tiranos, establecido en Atenas por los espartanos tras su victoria en la guerra del Peloponeso. Además de dedicarse a la política, Critias era filósofo y poeta y conocía bien, al parecer, la historia de la Atlántida, porque su abuelo, llamado también Critias, conservó unos valiosos escritos del sabio Solón, otro de sus antepasados.
En dicho Diálogo se relata como Solón visitó en Sais el templo de Neit, diosa que había sido identificada por los griegos con Atenea. Un anciano sacerdote del templo le dijo entonces en tono condescendiente que los antepasados de Solón habían poseído una gran cultura, pero un desastre natural les había hecho olvidar aquellos conocimientos, hasta el punto de que tuvieron que volver a aprender a escribir. También explicó el viejo sacerdote que, por sus especiales condiciones geográficas, Egipto había estado a salvo de cualquier catástrofe, y de este modo la sabiduría que se conservaba tradicionalmente en sus templos era la más antigua. Esta conversación sobre los devastadores efectos producidos por los terremotos y las inundaciones condujo finalmente al sacerdote egipcio a relatar la legendaria destrucción de la Atlántida.
Buenamente se puede identificar aquel período de esplendor de la cultura helénica como la última fase de la Edad de Bronce, una época en la que los cretenses y los micénicos utilizaban los dos tipos de escritura conocidos actualmente como Lineal A y Lineal B, respectivamente. Ciertamente estos sistemas dejaron de usarse en la llamada Edad Oscura, la época inmediatamente posterior al declive de la civilización micénica, de modo que en el siglo VIII ANE los griegos aprendieron de nuevo a escribir con otros signos diferentes basados en el alfabeto fenicio. En los textos de Platón se data el final de esa antigua cultura, así como el hundimiento de la Atlántida, en el año 9.500 ANE, una fecha totalmente inverosímil que tal vez se deba a un error de traducción de las cifras originales egipcias, a una incorrecta transcripción posterior, o a una mera exageración introducida en el relato. Conviene señalar que en los textos originales Platón utiliza el término nêsos para referirse al país de los atlantes, el cual ha sido traducido normalmente por la palabra “isla”, a pesar de que también significa “península” en lengua griega. El Dodecaneso es, por ejemplo, un conocido archipiélago de doce islas situadas en el mar Egeo, mientras que el Peloponeso es la península del sur de Grecia que, como es bien sabido, recibió su nombre de un héroe legendario llamado Pélope. Este dato tiene gran importancia, porque nos permite interpretar que la Atlántida no era necesariamente una gran isla situada en el océano Atlántico, como suele creerse, sino que podría tratarse de un territorio continental que se hallara cerca de las Columnas de Hércules, el estrecho comúnmente identificado como Gibraltar, y de este modo pudo haber sido igualmente una región occidental de Europa o de África.
El mito de la Atlántida parece tener su origen, por tanto, en antiguas tradiciones que los egipcios podrían haber conservado durante muchas generaciones y que debieron de llegar a Grecia en la primera mitad del siglo VI ANE gracias a Solón y otros sabios viajeros como él, unos 200 años antes de que Platón las incorporase finalmente a su obra. En un período tan largo de formación, el relato tuvo que haber sufrido bastantes alteraciones. Algunas de ellas pudieron haber sido introducidas por los propios egipcios, y otras debieron de ser consecuencia de una posterior reelaboración en Grecia, la cual culminaría con la interpretación filosófica que Platón expone a través del discurso de su tío Critias. Así pues, no se debe tomar al pie de la letra el relato platónico de la Atlántida, como suelen hacer los que creen incondicionalmente en la existencia de una gran civilización de 12.000 años de antigüedad, pero un análisis más riguroso permite identificar, no obstante, la realidad que subyace en esta famosa leyenda.
Además, siempre cabe la posibilidad que Platón nos hablase de la Atlántida como una traslación de lo que era su idea de una civilización modélica, utópica, pero que en ningún momento la considerase como algo real o factible de existir. ¿Tenía aquí Platón alguna pretensión de hacer historia? ¿Su mito es solamente una alegoría? ¿Una crítica política? Lo que podemos asegurar acerca de todo este tema se puede resumir en dos puntos:
- Que el mito de la Atlántida se trata de una construcción con elementos propios del relato histórico y de la alegoría política sin ser, estrictamente, sólo historia o sólo fábula. En la visión platónica, historia y poesía son las formas de expresión de un discurso más ambicioso, el filosófico.
- Que el desarrollo de este mito y su posterior “identificación” con Tartessos hunde sus raíces en ese viaje que Solón realizó a Egipto y que introdujo en la cultura griega los elementos básicos para que Platón lo crease.