El primero de los mausoleos

El primero de los mausoleos

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Estos monumentos funerarios de tan suntuosa arquitectura no podían tener un origen más drámatico y dulce.

Esta es la historia de la construcción del primer mausoleo de la Historia, el que inspiraría y daría nombre a todos los que estarían por construirse.

Allá por la mitad del IV ANE, el pequeño reino de Caria, en Asia Menor, gozaba de sin igual prosperidad bajo el cetro del rey Mausolo y de su esposa Artemisa. No había pareja humana más unida y más feliz que el matrimonio real.

Tenía el soberano su residencia en Halicarnaso (actual Budrum, Turquía), una gran ciudad, notable por sus templos y palacios, rodeados de magníficos parques y fragantes jardines. La reina era la única ilusión del rey Mausolo; y la bella Artemisa no vivía más que para adorar a su marido.

Un día de otoño del año 353 ANE, el rey Mausolo se sintió repentinamente enfermo. Asaltada por sombríos temores, la reina Artemisa hizo acudir rápidamente a palacio a los más afamados físicos de la Corte. Por desgracia, de nada valieron sus esfuerzos y cuidados. Aquella misma noche dejaba de existir el enamorado y buen rey Mausolo. Algunos historiadores han descrito con todo lujo de detalles la natural desesperación de Artemisa. Cuentan como la amante y abatida reina, abrazaba el cadáver de su esposo, no acababa de creer que la muerte pudiera llevarse al que tanto idolatraba. Finalmente, ante los ruegos y razonamientos de damas y cortesanos, comprendió su irreparable desgracia y aceptó resignada tan triste designio.

Por aquél entonces se creía que el alma era más dichosa después de la muerte si se le dedicaban suntuosas exequias; y esta idea se fijó obsesivamente en el sentir de la desconsolada reina. Artemisa no se conformó con tributar a su llorado esposo los más fastuosos funerales que nadie viera jamás sino que resolvió erigir en su memoria y acrecentar la póstuma felicidad de su amado rey y esposo un monumento que proclamara, a través de los siglos, su inquebrantable fidelidad.

Y cerca del puerto, frente al mar, en la misma gran plaza de Halicarnaso donde había sido incinerado el cuerpo del fallecido soberano, Artemisa hizo construir una tumba magnífica y hermosa: el Mausoleo.

Bajo las ordenes de los arquitectos Sátiro de Palas y Piteas , entre otros, los trabajos comenzaron y durante muchos meses legiones de artistas trabajaron día y noche hasta que el maravilloso monumento quedó terminado. Las gentes quedaron admiradas al contemplar el soberbio e inigualable edificio. En ningún lugar del mundo antiguo existía una obra igual, de momento.

Estado ruinoso actual del Mausoleo de Halicarnaso
Estado ruinoso actual del Mausoleo de Halicarnaso

Los cronistas de lo época dicen que era una construcción cuadrangular, con aspecto de templo. Medía treinta metros de fachada por treinta y cinco de fondo. En su interior, entre numerosas columnas de mármol, se veían treinta y seis estatuas grandiosas, junto a otras de menor tamaño, que representaban alternativamente un héroe y un león. En lo más alto del monumento se erigió una pirámide, rematada por una cuadriga, de mármol cincelado, en cuyo carro, dos esculturas de tres metros de alto reproducían, en pie, a los reyes Mausolo y Artemisa. La altura total del soberbio edificio funerario se aproximaba a los cuarenta y cinco metros. Parecía que desde lo alto, los enamorados reyes de Caria velaran por la felicidad de su pueblo.

Artemisa experimentó un legítimo orgullo al ver terminada su obra, y sólo entonces se sintió tranquila y satisfecha. Había dado cima, por fin, a la grande y única ilusión de su vida: perpetuar la memoria y la felicidad de su esposo. Y entonces, cual si en la construcción del Mausoleo hubiera puesto la vida entera, concluido éste, la enamorada reina murió en paz consigo misma.

Así fue cómo la hermosa soberana de Caria legó a su reino una de las construcciones más puras y bellas del arte antiguo, considerada como una de sus siete maravillas. Soportó invasiones y destrucciones para finalmente sucumbir por un terremoto en el año 1404. El tiempo es siempre implacable y poco o casi nada queda hoy de aquella obra nacida del amor de una mujer.

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