El Bronce Final de la franja levantina del Mediterráneo -las actuales Siria, Líbano, Palestina e Israel- fue un periodo muy difícil para las gentes que allí se había ido asentando. Se produjo un empeoramiento sustancial del nivel de vida de estas poblaciones sirio-fenicias, si bien se desconoce el verdadero motivo de ello. Entre las posibles causas que explicarían su salida al Mediterráneo, alrededor del siglo X ANE, encontramos:
- El efecto eco de las movimientos de los llamados Pueblos del Mar (circa s. XII ANE).
- Un cambio en el clima de la región que intensificó el déficit agrícola debido a una explosión demográfica.
- La presión que los Estados orientales ejercían sobre la zona. En aumento, tras su reestructuración y reorganización tras las invasiones del siglo XII ANE.
El hecho es que se produjo un “efecto llamada” debido a las bondades que ofrecía Occidente respecto a la situación cada vez mas difícil del Mediterráneo oriental con lo que las migraciones continuaron aumentando hasta el punto de que algunos investigadores han hablado de una Fenicia occidental e incluso han llegado a identificarla con Tartessos. En la actualidad se emplea el término diáspora para definir ese conjunto de movimientos poblaciones en continuo trasvase hacia Occidente.
La diáspora fenicia se asentó sobre una geografía ya conocida y, en algunos casos, gracias a la red de contactos que se había tejiendo en momentos anteriores para el intercambio de metales -siglo IX ANE- alcanzando incluso algunas regiones atlánticas de la actual Portugal y norte de Marruecos -yacimientos de Castro Marim, Alcaçova de Santarem y Lixus, respectivamente. De este modo se nos presenta un nuevo paisaje en el Mediterráneo occidental, salpicado de pequeñas islas de población fenicia diseminadas por una enorme diversidad de territorios y que mantuvieron contactos tanto con las poblaciones indígenas como las de origen, conformándose de este modo como nexo entre estas dos culturas tan, aparentemente, ajenas entre sí.
La heterogeneidad social de estos grupos les conformó un carácter abierto y participativo con los nuevos vecinos que se encontraron a su llegada. Ellos mismos no conformaban un conglomerado social homogéneo por lo que no pusieron oposición aparente en mezclarse con el componente indígena, en todos sus aspectos. Primero fue la simbología y las formas cerámicas, luego la forma y las técnicas de producción y en última instancia la fusión étnica y poblacional como puede observarse en las necrópolis del Bronce Final de la Península Ibérica. Al analizar éstas, se puede apreciar como la muerte era una ocasión para celebrar las memorias compartidas con los lugares de origen y, al mismo tiempo, para construir memorias y vínculos nuevos con las regiones de acogida.