Todos los pueblos de la antigüedad atribuyeron, en mayor o menor grado, una extraordinaria importancia a los sueños y a su interpretación. En el antiguo Oriente Próximo se llegó a creer que lo onírico, visionario o extático revelaba, o podía revelar, realidades superiores ocultas e inaccesibles a los hombres. Ello, en mayor o menor medida, fue evolucionando y se puede decir que incluso en la actualidad con las apariciones santas se sigue produciendo. Un ejemplo muy claro lo encontramos siglos más tarde en las pitias griegas que se valían de un estado inducido por psicofármacos para elaborar sus oráculos.
Los sueños, por lo tanto, fueron el primer estadio, la primera aproximación de establecer una comunicación entre los dioses y los seres humanos ya que entre ambos mediaba unas distancias muy difíciles de franquear de un modo ortodoxo. Mantener dicha comunicación resultaba indispensable pues se llegó a entender desde muy pronto que los verdaderos poderes recaían en manos de los dioses y sólo unos elegidos tenían acceso a sus planes. Además, la información era trasmitida de forma alegórica -codificada- por lo que, lo que en un primer momento podía ser interpretado por el propio individuo, más adelante requirió de verdaderos especialistas en la interpretación de los sueños. Al complejizar tanto el asunto se pusieron intereses de por medio y en Roma la aruspicina ya era un instrumento de Estado para llevar a buen término sus aspiraciones. Ello no quiere decir que anteriormente los sueños no fueran utilizados para llevar cabo acciones de interés individual sino que se fue imponiendo como algo sintomático y se convirtió en norma hasta que la llegada del cristianismo consideró herejía y brujería tales prácticas aunque en algunos casos fuesen filtradas a su catecismo, como ya he mencionado.
El ser humano , poco a poco, y a merced de distintas técnicas interpretativas y adivinatorias que logró desarrollar, pensó que podría penetrar en el conocimiento de las fuerzas invisibles que regían toda actividad humana. Uno de los medios que ideó fue la incubatio o sueño inducido, con el que se pretendía distinguir con claridad los vulgares sueños personales, intrascendentes, con aquellos que portaban un mensaje de los dioses.
Una de las referencias más antiguas de la oniromancia de la humanidad se encuentra recogida en el Cilindro A de Gudea que recoge uno de los himnos sumerios más estudiados y completos. En uno de sus pasajes se relata un sueño en varias fases -como capítulos- enviado por el dios Ningirsu para ordenarle la construcción del templo de Eninnu, deseado como morada terrestre por este dios. Tras acudir a la diosa Nanshe en ayuda para la interpretación de dichos sueños y de este modo, obtener las especificaciones concretas para la construcción del templo y no afrentar al dios, se dispuso a acometer tal obra.
El autor de estos Cilindros se vale de unos recursos de gran maestría para presentarnos mediante imágenes muy vivas la serie de elementos simbólicos visionados por Gudea. Este fue un importante ensi de la ciudad de Lagash durante el Renacimiento Sumerio (s. XXII ANE) que tuvo una importante actividad de mecenazgo y de producción literaria atribuida a su persona. Hablaremos más extensamente de este personaje en otra entrada pero si quieres puedes ir leyendo esta magnífica obra de la literaura para saber más acerca de Lagash, Gudea y su sueño…